miércoles, 26 de agosto de 2009

La imagen que encontré

Por: Edgar Salinas

La imagen que encontré, no la anhelaba, no sabía que vendría, no la imaginaba, no la esperaba y sin embargo se me puso enfrente, nunca sabré si yo busque la belleza que emanaba o si ella me encontró a mí.

Con contemplar aquella fascinación encuadrada a metros de distancia, de reojo y por pocos instantes, miedo a que perdiera su color.

Se me paso el tiempo entre mirar y admirar a una fotografía y luego otra, buscar en cada una de ellas los detalles que el artista me quería transmitir, el momento exacto que buscaba expresar, los sentimientos contrarios y el aferrarse a una idea, que de tanto, se vuelve un fastidio.

Agotando el tiempo, teniendo el sueño anhelado a tan solo unos pasos, olvidándome de el por un instante, al otro voltear y ver que está ahí como un espectacular anhelo, difícil.

Cuando al fin se revelo completamente ante mis ojos, descubrí una textura agradable un relieve digno de comprender más a fondo. Brotaron las sonrisas sepultadas en la infancia, el reflejo en los ojos de la mejor de las postales y el sentir de la piel que se intimida ante su presencia.

Con el tiempo la película ha perdido su color y se llena de imágenes en blanco y negro que traen consigo momentos que te remueven lo más hondo, lo que creías superado, te plantan una bofetada, te dicen que no es así. Quieres volver al rollo antiguo que en esa ocasión no proporciono el mejor resultado, la cámara transmite un fiel reflejo de tu ser.

La imagen perfecta se nubló porque ella así lo quiso, no confió en la fidelidad de los granos de plata y la era digital le resulto más atractiva.

¿Qué me queda?, una Polaroid de la sonrisa sepultada en la infancia, que no se cuanto durara.

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